miércoles, 29 de abril de 2009

Epitafio

Duermevela. Fina luz
que te envuelve, que se muerde
en la voz: en el ronquido
infinito de la muerte.

Horas serenas de tierra
mojada; lira preñada,
mineral eterno: fibra
tensa de mi hueso.

Eso que se empolva es
el cerebro; desnudez
morena que se abra paso


como almendro, como nuez:
en el enjambre sublime
de ser pus en lo terreno.


Sergio Astorga
Acuarela/papael 20 x 30 cm

lunes, 27 de abril de 2009

Nocturno

Aguas nocturnas
de los olores ciegos.

No se lo que hice.
No se lo que pago.

Un dolor con nombre.
Luz de los reflejos.

Acido sueño que agoniza.

Estúpida frialdad en tibio lecho.

Sergio Astorga

Tinta china/papel 30 x 55 cm.

viernes, 24 de abril de 2009

Aniversario

El día de hoy cumplen un año estos Antojos y toda mi familia, siempre tan unida cuando de festejos se trata, se arrejuntan a la celebración desde sus distintos reinos y temperamentos; han llegado para tomarse la fotografía, algunos de ustedes ya conocen la parte mamífera de mi ascendencia y es de notar ahora la llegada intempestiva, tal vez por ser primavera de la prima Marcela, mariposita de ligeras vestimentas y ademanes. También llegó la Teresa, la venadita, mujer en segundas nupcias del tío Casimiro, se dice que río arriba el tío fue literalmente venadeado, eso de reincidir no ha sido bien visto por la comunidad de pezuña fina.
En éste primer aniversario me congratulo al presentarles a mi tío abuelo Rosendo, coleóptero de los que quedan pocos, por su agilidad elusiva, ha escapado de las más finas y ensalivadas lenguas del estanque, es un admirado veterano y leyenda viviente.
Al tecolote no lo conozco pero por su comportamiento taciturno e indiferente, de seguro será el amigote de Jacinta, la cotorra media hermana de la Tía Eduviges, la que murió de olvido, esta Jacinta por culpa de un mal querer que la trajo de un ala durante cinco años es una chillona insoportable, pero simpática, puede contarte las historias más graciosas del reino de la pluma.
Antes que la prima Lourdes, nos interrumpa con sus dolores jirafales de cuello, quiero agradecer a todos y todas su esplendida compañía a lo largo de este año, su lectura atenta, crítica y cariñosa y que esta antojadera de escribir y de dibujar me la aguanten y celebren.
Se me antoja tanto su compañía que pretendo seguir dándoles lata.
Por todos los reinos gracias.
Un abrazo amoroso que se les antoje.
Sergio Astorga



Acuarela/papel 20 x 30 cm.

miércoles, 22 de abril de 2009

Hacer amor

Hacer el amor
es también guardar tu ropa,
Lavar la loza.
Buscar la forma en la sábana caliente
e imaginar que te poseo.

Hacer el amor es también
el silencio en tu recuerdo
y llenar un mundo con la imagen.
Hacer el amor es no decirte
que muero a veces de tanto que deseo,
y un mal día o mala noche
es una llaga que sangra,
que lacera.

Hacer el amor, amor,
también es fracasar cuando te veo.
Sergio Astorga

Acuarela/papel 30 x 50 cm.

martes, 21 de abril de 2009

Patrias

PARA UNA PATRIA

Trino
blanco,
tranaco
fino.

Sino
franco,
manco
tino.

Pierdes
verdes
tersos.

Subes
nubes:
versos.





MISMA PATRIA
Soñarte
eriza,
hechiza.
No amarte.

Mirarte
plomiza,
ceniza.
Dejarte.

Podrida:
palabras
te labras.

Vencida
amagas:
te apagas.


Sergio Astorga
Acuarela/papel 20 x 30 cm

sábado, 18 de abril de 2009

La dignidad de los escombros

Cuando la noche sabe a hueso
un hábil frío se destila
por la redonda casa.
Un encono de deseos,
una labia de apóstol,
un rostro afrodisíaco
y anémicas niñas de vecindario.

Cuando la noche define
lo que ignoro, se coteja
el rubor de las ciudades,
el dominio del fuego
el avance de la rueda
y el pastoreo de la semilla
en la máscara del rito.

Cuando la noche se traga
la luz de los azules,
los cuerpos vagos sin sombra
perfilan su fonema
y las columnas del templo
olvidan fértil tierra
en falsos paraísos.

Cuando la noche se espanta
de tanta inmensidad,
son gestas de amor
la piel de los recuerdos,
legítimo el sudor,
y es fácil ver de frente
la dignidad de los escombros.

Sergio Astorga
Acuarela/papel 56 x 76 cm

miércoles, 15 de abril de 2009

Tópicos Citadinos (conferencia)

(Asmático) ¡Señores...Señoras!, muy buenas... (tose). No tengo voz aterciopelada, ustedes me disculparán...pero ha llovido... ¡Ah! y cómo ha llovido... Esta ciudad es un mar de llanto...Sí, tienen razón, desde la colonia la ciudad se anega... Esos españoles no supieron encausar las aguas, aunque las cruzaron...pero ahora, ¿qué me dicen?...la ciudad es un drenaje... Todas las colonias ¡apestan!... No es justo Señoras...Señoras, nuestro aliento ya es ácido... ¿han visto el Sagrario Metropolitano?... ¡Oh! que belleza, joya del barroco mexicano... ¿lo han visto?... se pudre... ¡Se pudre hasta lo sagrado. (Saca el pañuelo para secarse el sudor) La ciudad se nos cae... se nos cayó... el corazón, ¿recuerdan?... Señor no se violente... sí usted. Seguimos de pie... En un sólo pie, el derecho, bueno, lo que queda; porque del izquierdo ni sus luces... (Toma agua) Disculpen estos desvaríos. Yo vine a hablar de la ciudad... (Engolado) La ciudad es de todos. Es nuestro hogar. Una casa grande y muy vieja... En un hogar siempre existen las desavenencias... (Deprimido) los malos tratos (indignado) Yo me casé... Sí señores me casé por... ¡imbécil!. Qué quieren soy sincero.... (Melancólico) Uno se casa con una idea y luego... Mi mujer me regaña... ¡saben ustedes porqué?... Porque hecho la colilla al aire... (Confidente) ella también la tira. No lo dice pero, yo lo sé. (Tose orgulloso) Lo que sea, mi mujer es limpia... Sale a barrer la calle todas las mañanas y todas las mañanas la calle es una mugre... (Desconsolado? Mi mujer se queja... qué remedio, no sabe que la basura nos llega por los vientos del norte... ¿se han fijado?, la acera de enfrente limpia y la nuestra, una mugre... (Irónico) Mi mujer es terrible pero tonta... (Satisfecho) Estoy tranquilo mi mujer no vino. Se quedó en casa...bueno... en casa de su mamá
(Triste) La nuestra se cayó... Nos lle... ustedes comprenden, ¿verdad?... (Desconsolado) Desde entonces no voy al centro. Me duele tanto Juárez (tose) la avenida... (Nostálgico) Todas las tardes aseaba mi calzado frente al Regis...(paladeando) Esperaba fumando... (Colérico) ¡Placer inaudito en estos tiempos! ¿Saben cuánto cuestan los cigarros?...¡Un dineral!, señores...(lastimoso) Ya no se puede morir lentamente, porque Señores...Señoras... morirse en serio, ¡ni pensarlo!...(satisfecho) La reflexión es una cualidad. Así que reflexionen antes de morirse.(toma agua) ¿Dónde me quedé?
... Ya recuerdo... Después de fumarme unos pitillos subía al Capri. (Libidinoso) ¡Qué mujeres! tan... tan sanas... (Nervioso) ¿Mi mujer no vino, verdad?...(suspira) Se quedó en casa, allá en San Lázaro...¿qué me dicen... Una pocilga, ¿verdad?
...Por donde se le vea... baches, ruido, olores nauseabundos... (Indignado) ¿y éste es el mundo que legaremos a nuestros hijos?...(disculpándose) Yo no tengo hijos pero, (violento) ¿cuál será el destino de estos hijos de la patria?... No es justo Señores...Señoras, se carcome el organismo desde sus entrañas... El malestar es total... ¿No me creen?... Pregúntenles a los muchachos a que les sabe el pri... (Tose) el primer beso... (Apenado) Disculpen Señores... Señoras, me extendí...Les aseguro que no era mi propósito... (Inquieto) ¿Ya dejó de llover?... Estoy apenado con ustedes... Me tengo que ir ¿saben?
... es que tengo que hacer un mandado... Permítanme ver mi lista... (Contrariado) Faltan blanquillos en casa... ¿Ya no llueve?... Señores... Señoras, ustedes me disculparán pero ha llovido
... ¡Ah, y cómo ha llovido!

Sergio Astorga.

Acuarela/papel (díptico)

lunes, 13 de abril de 2009

No es vano

Hoy será un día largo.
Tiempo de sol
para inventar otro presente.
Tiempo con patio circular.
Con barro.
Con granito.
Hoy habrá reflejos
sobre el agua de sal
de nuestra cara
y manos hambrientas
de voces amorosas arañando la luz hasta matarla.

Sergio Astorga

Acuarela/papel 50 x 70 cm

jueves, 9 de abril de 2009

Adan le dice a Eva

Una flor imbécil
se queja del tallo.

Una abeja ciega
se embriaga en el charco.

Una sombra fría
se mece en la mano.

¿Cuándo nació el rencor?

Las paredes son blancas.
Una grieta en el piso.
Calamar de amor
pozo de pus.
¿Cuándo nació el rencor?
Sergio Astorga

Acrílico/tela 60 x 80 cm

martes, 7 de abril de 2009

Jugar

Jugar a no querer en julio
cuando nadie nos ve,
y como cada tarde,
mejor quedarse con la piel de mayo.

¡Ay! Que beso tan amargo
este del zodiaco
bajo la sombra de una cruz de palo.

Desollado de gloria,
el ojo que mira el hachazo,
talla su espejo de adversario.
Una belleza erguida nos asalta
-racimos de agua dulce –
inscripciones talladas por el rayo.

Jugar a no querer en julio
cuando mueve la sed,
y como cada tarde,
ordeñar con plegarias los jadeos.

¡Ay! cuéntame como en la noche
se mueren de fatiga los que duermen.
Perforado del polvo,
la semilla del árbol se descalza
y el hechizo delira con la rama.

Se tiznan en el sueño
cerrojos de mil años,
agujas de grandeza y desamparo.

Jugar a no querer en julio,
cuando los rostros son jirones,
y como cada tarde
con el martirio de la piel quedarse.

Sergio Astorga

acrílico/tela 30 x 50 cm.

sábado, 4 de abril de 2009

San Quintin V

Después del reparto de trabajadoras, nos dirigimos a los albergues donde teníamos permiso. Entramos por una vereda muy estrecha y empezamos a subir una colina, al llegar a la cima estaba el albergue. La impresión fue aterradora. Nunca me imaginé que me encontraría de frente con la miseria.
La fotografía que tienes ante los ojos es testigo mudo.
Barracas echas de cartón, detenidas con el sobrante del estacón, cubiertos con los plásticos negros que se usan en los campos. El piso es de tierra, llegan pipas con agua potable? Que se almacena en cubetas o tambos; ropa tendida, niños descalzos, desnutridos, sucios, mocosos, extrañados de que vinieran a tomarles fotografías; mujeres jóvenes (13-14 años) lavando, cocinando o cuidando a los niños. Cuando los niños no están en edad de trabajar quedan a cargo de las mujeres mayores o de las tías. Hermanas o vecinas. Guarderías ni pensarlo, escuelas para qué. Podrás observar que televisión no falta, antenas rusticas se elevan como faros de civilización ridícula entre tanta carencia.
Temblando, empiezo a tomar fotografías de las condiciones de ¿vida? de los jornaleros agrícolas.
Otra vez la paradoja, la pobreza, la fealdad, tienen una estética muy sugerente, hay un belleza formal (plástica) muy rica. Altos contrastes, texturas, dinámica de planos, conmoción. La alegría es un poco plana, plásticamente hablando. Tenía que pensar así, si quería continuar tomando fotografías. Pensar y sentir como corresponsal de guerra. Frío, calculador, sin dejar que el sentimiento te atrape. Buscar la toma, el cuerpo despedazado por la bomba, la cabeza sangrante entre la trinchera, sí, como fotógrafo de guerra, envuelto en pañuelos de nieve para no sentir el dolor del otro.



Al terminar el rollo, subo a la camioneta para ir a otro albergue. Las condiciones no varían. Sólo algunos detalles. Existen en el mismo albergue secciones étnicas, de Oaxaca y Guerrero principalmente, en una sección están asentados los Triquis, en otro los Mixtecos, los Zapotecos. Son pueblos que en sus comunidades de origen tienen conflictos ancestrales y se odian entre ellos provocando luchas internas.
En otros albergues existe una leve mejoría, las casas son de madera, esto es gracias a que en el norte del país, las sectas religiosas (evangelistas o testigos de Gehova) han penetrado y ofrecen mejoras a cambio de su filiación. Esto provoca conflictos serios entre los adeptos de una y otra secta con los que tienen creencias católicas. También están asentados partidos políticos que compiten para tener adeptos para las elecciones ofreciendo mejoras en la vivienda. Convirtiendo a los albergues en botín de intereses. El alcoholismo, el hacinamiento, la promiscuidad son los rasgos de la convivencia. Venir de de tan lejos para esto preguntarás. Sobrevivir, tener la ilusión de mejorar es el motor de los sueños que se desvielan al enfrentar la realidad.
El regreso fue silencioso, agotador, todo un día al rayo de un sol despiadado y un panorama cruel. Me dejan a la puerta del Motel Chávez. Un baño caliente y a comer. Tenía mi paraíso a unos cuantos pasos. Voy a él. Una familia de americanos festejan un cumpleaños de un tipo aflautado y cacarizo enfundado en una cachucha de los Broncos de Denver. Me siento en la mesa en la que comí ayer, mi mesa será en lo que resta de la semana. El mesero, más cordial, ya sabe que soy huésped distinguido, fotógrafo de as estrellas, me da la carta, y mientras decido el platillo que me devolverá el aliento, le pido mi sangría natural. Estoy tentado a pedir de nuevo la brocheta marinera, pero me decido por un spaghetti y un T. Bone (término medio) con papa al horno. El spaghetti en salsa de jitomate se enredó en mi paladar dejando aromas de jardín florido.-“Otra sangría”- Por favor. Al llegar el T. Bone el éxtasis contenido en plato blanco. No sé si el hombre de Java o el de Pekín serían concientes del placer carnívoro si no es así es una lástima, tal vez hubieran tenido pensamientos refinados más pronto. Con altivez de homo sapiens sapiens regreso a terminar los carteles.
Trabajo hasta la una de la mañana, esperando que la noche pase rauda, indiferente, lejana y bienhechora.
En la mañana después del baño, escucho el motor de una avioneta volando muy bajo. De inmediato me visto, tomo la cámara y salgo corriendo. Sin proponérmelo se presenta una oportunidad muy deseada. En el campo de cultivo cercano al motel la avioneta fumiga los campos. Tenía conocimiento de que la fumigación se realizaba aún cuando los jornaleros estaban en plena pisca. Entro al surco con la cámara y veo venir a la avioneta, a una altura de 10 metros, a ras de campo, abre la compuerta y deja caer el fertilizante, una lluvia fina me baña de pies a cabeza, la avioneta levanta el vuelo y regresa ahora en sentido contrario, otra estela de fertilizante me deja empapado. Los jornaleros (hombres y mujeres) seguían piscando inmutables al baño del agroquímico.
El fertilizante provoca quemaduras y cáncer en la piel. Muchos jornaleros mueren por éste motivo, ya que están expuestos durante largos periodos y como la higiene en su persona es mínima las consecuencias son fatales.
Empapado y con la certeza de que tenía las fotografías que comprobaban esta acción criminal, regresé al Motel. En el trayecto y con la luz del sol en mi cuerpo empezaba a sentir la piel caliente, rasposa y un olor picante, ácido. El químico en acción. Tuve que bañarme de nuevo y llevar toda la ropa a la lavandería. Limpio por segunda vez, llevé los rollos que había tomado en los campos y en los albergues a la seudo oficina para que los enviaran a Ensenada para el revelado. Tenía parte de la mañana libre, así que pasé a mi paraíso. Unos huevos estrellados con jamón, jugo de naranja y café con pan tostado me devolvieron las ganas de seguir con los carteles. Trabajé hasta las tres de la tarde y salí a estirar las piernas. A la orilla de la carretera me encontré con un tianguis (mercado ambulante) a estos vendedores les llaman globeros, en éste mercado puedes encontrar de todo: estufas, lavadoras, refrigeradores, ropa de segunda mano, herramientas, equipos de sonido, todos traídos del otro lado (USA). Compre unas plumas de caligrafía sheaffer, que todavía conservo, muy baratas. Compré además tinta china sepia, azul, amarillo y negro para los carteles y unos plumones de colores buenísimos.
Los globeros visitan una vez por semana los campos y los albergues para vender sus productos. Les llevan también comestibles: huevo, carne, frijol, arroz, aceite, que los jornaleros compran si tienen dinero. En los albergues hay tiendas que les fían (crédito). Son una especie de tiendas de raya, así que el jornalero siempre está endeudado
Después de mis compras y con mis plumas bajo el brazo, volví a mi encierro a continuar con los carteles, el de la jornalera estaba casi listo y los otros cuatro los tenía a la mitad. A las siete de la tarde suspendí y volví a mi paraíso a repetir la dosis de felicidad: brocheta marinera y sangría natural.
El viernes por la mañana la inquietud no me dejó desayunar a gusto. Fui a la oficina para ver si ya habían llegado las fotografías reveladas. Al entrar, sobre el escritorio ya las tenían esparcidas. Al mirarlas me volvió el color a la cara. No estaban nada mal. “Oye –me dice el coordinador- se ve que ya tienes experiencia en los campos”. Muchísima, le contesto, mientras fascinado recordaba cada detalle de las tomas.
Realizamos la selección y empezamos a montar las fotografías en unas cartulinas, todo muy rustico, como si fuera el periódico mural de la escuela primaria “Mártires de la Libertad”.
Regresé al Motel por los carteles y nos fuimos junto con las cartulinas y las fotografías al lugar donde se realizaría la Feria Regional. Montaríamos todo, porque la Feria comenzaba el sábado por la mañana. El lugar de la Feria era un campo de beiseball, por el jardín central había unos juegos mecánicos (rueda de la fortuna, carrusel) por el jardín derecho se instaló un palenque (pelea de gallos) y entre la tercera base y el jardín derecho estaría la exhibición del programa y de los productos agrícolas de la región, así como los avances tecnológicos en el ramo de la agroindustria, eran unos cuartuchos de 2 x 4 m. improvisados con tres paredes cada uno, el nuestro era el “stand” 22. Como techo estaban colocando unos hules azules. Al ir avanzando el día, con el hule por techo y un sol rencoroso, era aquello un invernadero humano; las fotografías se despegaban y tuvimos que usar tachuelas. En la pared principal pegue el cartel de la jornalera y los otros junto con las fotografías. Al terminar el montaje regresé al Motel a quitarme la ropa y a exprimirla. Un baño reparador y al paraíso por última vez a continuar con mi dosis.
Con la calma del deber cumplido prendí la televisión, y al poco rato me quedé anclado en un profundo sueño.
El sábado llegó puntual. Arreglé la maleta, al día siguiente regresaba a la Ciudad de México, y salí rumbo a la feria. Al llegar, me dicen que el cartel de la jornalera se lo habían robado, no hay mejor halago, ni mejor crítica que un dibujo provoque el deseo de llevárselo aunque sea sin pagarlo. El día pasó sin pena ni gloria, una Feria Regional insulsa. Lo que más importaba para la gente eran los juegos mecánicos y emborracharse. Por la noche me invitan a los gallos. Comí sólo un hot dog, suspiraba por mi paraíso perdido. A media noche me dejan en el Motel y me prometen que me recogerán a las nueve de la mañana para llevarme a Ensenada.
Con la maleta lista de un domingo limpio, dan las nueve, dan las diez y mi vuelo salía a las cinco de la tarde en Tijuana. Como novia de pueblo: vestida y alborotada soporté el plantón. El autobús para Ensenada salía a la una de la tarde, así que tenía que buscar otra solución. Caminé con mi maleta casi dos kilómetros para encontrar una base de taxis que me llevara a Ensenada a la terminal de autobuses. Pasaron minutos de angustia hasta que encontré a uno que quiso llevar, casi todo el dinero de mis viáticos que había ahorrado se me fueron en el taxi. El recorrido fue ameno, la plática del taxista era muy sabrosa, me contó de su familia, de sus hijos, de sus novias, yo sólo intercalaba algunos comentarios, porque el taxista no paraba de hablar. El viaje de tres horas pasó sin sentir. Llegamos a la estación de autobuses de Ensenada. A Tijuana salen camiones cada quince minutos, así que no tuve problemas. El viaje dura una hora, así que cómodamente veía como el mar aparecía y desaparecía a lo largo de la carretera en un coqueteo interminable. De nuevo la falla de San Andrés impactante y el mar azul, siempre azul.
En la terminal de Tijuana tomo otro taxi para el aeropuerto. Llego a muy buena hora, documento y paseo por la terminal. Poco a poco la terminal queda repleta de viajantes, todos vienen de los Estado Unidos, mexicanos que regresan para ver a sus familias.
El vuelo fue tranquilo, a pesar de que iba repleto. Tres horas de ver el cielo perder luz. A las once de la noche llego a la Ciudad de México, una noche lluviosa y gélida me reciben. Siento que han pasado muchos años desde que salí.



Por el surco del recuerdo tendré que piscar al tiempo.
Sergio Astorga.
Próxima parada Zonas de expulsión: Oaxaca

jueves, 2 de abril de 2009

San Quintin IV

La fotografía nos muestra a una ruda y curtida mujer jornalera después de la labor. Del lado izquierdo podrás notar que la planta ya está muy crecida, ya produjo todo lo que tenía que dar. Cuando ya se agotó la producción, entran las maquinas a limpia por completo las parcelas. Después se quema, se deja descansar la tierra y se vuelve a preparar para el nuevo ciclo agrícola. Las montañas de plástico negro (mangueras) son impresionantes, no pueden usarse de nuevo, el plástico se quiebra por la humedad y el sol. No sé cuál sea el destino de esa manguera.


En la siguiente fotografía están las mujeres jornaleras en plena acción. Puedes apreciar la vestimenta (motivo del cartel que ya viste) es característico a lo largo de los centros de producción agrícola. Podrás notar también que las mujeres llevan sus niños a la espalda, niños en edad escolar, jóvenes adolescentes. Todos tienen que trabajar para aumentar sus ganancias y posiblemente ahorrar para cuando regresen a sus comunidades de origen.
Habrás notado las jornaleras llevan una bolsa de plástico, ahí lleva el almuerzo de la familia, que realizan a la una de la tarde, para continuar en la labor hasta las cinco.
La camioneta por fin llegó, la trabajadora social y el chofer emprendimos el viaje a los campos. Inquieto, revisaba mi cámara, una Pentax 35 mm. Llevaba diez rollos a color. No tenía tiempo de equívocos ni de temores. De repente por la ventanilla aparecen los campos, una fertilidad inesperada, después de tanta aridez. El valle es inmenso y es notorio como la tierra se transforma en fértil, su consistencia y aspecto es diferente, sentía que al pisarla germinaría.


Los jornaleros en plena acción solo nos devolvieron el saludo y una indiferente mirada. Miré al cielo, un azul acerado, frío, el sol cubierto por una nubosidad baja y fresca, ideal, pensé; cuando la luz del sol es muy intensa, los reflejos y contraluces son un obstáculo, yo quería fotografías descriptivas no artísticas. De inmediato me metí por los surcos; hablar aunque no te entiendan, sonreír, bromear, tratar de que los jornaleros no se sientan incómodos, atacados, observados. Muchos, sobre todo comunidades indígenas, no les gusta ser fotografiados, dicen que se les roba el alma. Así que ganarse su confianza es fundamental y no estorbar en su labor. El encuadre tiene que ser rápido, preciso, la gente se mueve, no se detiene a posar. Moverse por los surcos con agilidad, correr, inclinarse, agacharse, buscar la toma, el instante preciso; se empieza a sudar como ellos, a ser con ellos.
Cambiar de rollo, subirse a la camioneta y continuar el viaje a otros campos. A veces la división entre campos (entre dueños) está marcada por una hilera de árboles, formados como batallones, que se inclinan por la fuerza de la brisa y que sin perder del todo la vertical parece que todos te miran de lado. Aparte de servir de límite a las propiedades, protegen los cultivos del fuerte viento.
Ese día recorrimos seis campos. Teníamos que ser muy selectivos, no visitamos todos, el valle es inmenso a uno y otro lado de la carretera, el tiempo apremiaba y con el material recabado era suficiente para la exposición.
A las “oficinas” llegamos a la siete de la tarde. Satisfecho por la experiencia pero inquieto por el resultado, me fui caminando al Motel Chávez, un baño reparador y a comer. Como método, cuando salía a tomar fotografías desayunaba muy ligero, un jugo y un café. Durante el día agua para evitar la deshidratarse, y comer hasta que la jornada había terminado. Trabajar todo el día al rayo al sol, no se antoja comer y si lo haces, los alimentos se te fermentan y te sientes pesado, somnoliento y de mal humor y por si fuera poco no hay baños. Al final de cada campo están unas letrinas, que pocos jornaleros usan, y que son comunitarias (la misma para mujeres y hombres y niños) así que ya te imaginarás el estado en que se encuentran.
Con este panorama, pensaba que regresaría a casa con varios kilos menos, en los huesos, pero la sorpresa me esperaba en el restaurante del bien recordado Motel Chávez.
Entré y el lugar estaba vacío pero muy agradable, manteles blanquísimos, luz tenue, presagiaba buenas cosas. El mesero muy correcto me da la carta, menú interesante, precios sensatos. Pido un arroz blanco y una brocheta marinera (término medio) y una sangría natural (sin vodka). ¡el paraíso! Cuando pruebo el arroz: ¡de una consistencia, con un sazón únicos! Lo devoré, no sólo era el hambre que traía, estaba estupendo, a veces las ganas de comer te impiden reconocer los sabores, pero aquí, el placer era completo. Pido otra sangría, la última (no acostumbro beber y menos solo) y era ambrosía, néctar de los de los dioses. A lo lejos veo al mesero traer mi brocheta marinera, cuando está frente a mi, juro que era como ver a Palas Atenea o Afrodita, te parecerá hiperbólico, exagerado, pero si la hubieras visto y comido, estoy cierto que opinarías lo mismo.
La brocheta marinera es como las espadas brasileñas, sólo que aquí son pequeños trozos ensartados: tocino, pimiento verde, jitomate, cebolla y camarón, después otra capa de tocino, pimiento verde, jitomate, cebolla y carne de res (filete) y así sucesivamente. Puede ser al carbón o a la plancha, como guarnición arroz rojo, y por supuesto, termino medio para que la carne esté en su jugo. Y ¡al ataque! Mar y tierra unidos en la boca de un mortal. Después de tal acontecimiento la vida cambia. Orondo regreso a la habitación a trabajar en los carteles.
La mesa de tocador me sirve para empezar a bocetar. A media noche me asalta la sensación de la distancia, prendo el televisor y trato de ver una película, la que sea, a pesar del cansancio no quería dormir, muchas veces me pasó, un día intenso y al llegar al cuarto de hotel tener el presentimiento que al abandonarse al sueño uno despertaría distinto, con otra identidad a causa de noches no conocidas en lugares lejanos. Es un temor incongruente, como todos los miedos, porque al despertar sigue uno siendo el mismo irremediablemente.
Por la mañana parece que la noche no ha dejado huella; un baño riguroso, pantalón de mezclilla, camisa de algodón de manga larga, unas botas todo terreno y la cámara al hombro, atuendo irreprochable para buscar un buen día.
Me encamino al remedo de oficina para esperar la camioneta y a las trabajadoras sociales que nos llevarán a los albergues. Tomo un café. Empiezan a llegar un regimiento de mujeres, todas muy jóvenes, quince en total. Me explican que son trabajadoras sociales del programa que también esperan la camioneta y ser repartidas a los distintos albergues. Cuando los albergues están muy lejanos (de cinco a diez kilómetros) son llevadas por la camioneta, los que están cercanos, a unos cuantos metros sobre la carretera, las trabajadoras sociales realizan el trayecto a pie.
Legó una panel y comenzamos el recorrido. Fuimos repartiendo a cada una en sus respectivos albergues, a varias solo se les dejaba a la orilla de un camino de tercería y las trabajadoras tenían que continuar caminando.
Para poder entrar a un albergue o a un campo (field) le llaman los lugareños, tienes que obtener un permiso especial que tramita la trabajadora social con el administrador o el capataz. La entrada está restringida, puedes llevarte un buen susto, por arrojo dos días después entré a tomar fotografías a un campo donde se cultivaba el melón, llegó el capataz machete en mano y tuve que salir corriendo con el Jesús en la boca y el corazón retumbando en los oídos.
Sergio Astorga (continuará)