jueves, 16 de abril de 2015

La suerte del amorcillo


Al nacer de un huevo de bronce se fraguó su desgracia. No hubo principio de inmaculación. Producto de mortales y sus devaneos amorosos, su destino se vio ensombrecido y nunca pudo tornarse el héroe que su madre anhelaba. Esa es la razón de que a ella se le viera llevar un lirio blanco en su mano derecha hasta el último día de su vida.
Estuvo a punto de ser basilisco ya que su huevo tuvo yema, pero los vaticinios pronto se resolvieron. Sería un ser de bronce. 
Al nacer su hálito fue pesado y seco. Su madre, ofendida, de inmediato lo lavo con tisanas de alcanfor y le puso de nombre Salano, por el sulfuroso aliento que le crecía. 
Se constataba en él, un perfecto ovalo de rostro; el mismo porte de Hector, el domador de caballos. Pronto tuvo en su cuna, la rienda de un caballo de trapo. De ojos grandes parecía un futuro Alejandro, el Macedonio; con esa imagen, su ardorosa madre buscó un preceptor que tuviera formación aristotélica. Durante los primeros tres años no hubo hazaña en las que Salano no estuviera presente. La prodigiosa mente de la madre lo hizo llevar daga, túnica y don de mando.
Nadie duda de que todo ese glorioso destino pudo cristalizarse, el putto tenía virtudes de sobra, pero poco a poco, al enfriarse el entusiasmo de esos primeros años, el bronce, al fin metal, en alianza con el cobre y el estaño, le dio la forma definitiva. Por fortuna ha quedado para la posteridad el gesto tierno y risueño de Salano, como testimonio de un sueño en plaza pública.

Fotografía: Escultura de Herique Moreira, Los Meninos de la Avenida dos Aliados,Porto, Portugal.