miércoles, 10 de junio de 2015

Pintito


En los resquicios de las buhardillas, astroso y  con ese aire de cubículo emérito, Martín, llamado el Pintito, deambulaba.  Sus padres, desde que nació, se afanaban en decir: hijo de tigre: pintito. Y, ándale, que se cumplió la profecía y desde la adolescencia unas pintas como de tinta china llenaron no sólo su rostro sino también su carácter. El Pintito, rondaba las calles con su oacrina, llamando para afilar todo tipo de armas blancas. Llevaba las manos renegridas de tanto afilar y nunca se le escuchó: unos buenos días. Como todo solitario, se identificaba con el urbanismo: anonimato y sudor.  
El Pintito, se convirtió en un mito urbano. Se decía que voluptuoso, se había casado con un señora de muy malos modales y que eso lo aterrorizó al grado del desencanto; otros dicen, que como buen desterrado era un fiel degenerado y que no había subterráneo o paso a desnivel donde no saciase su erotismo. Un demonio al fin de cuentas, roba chicos, traficante, ratero de azoteas, bebedor de sangre  con una lánguida aspiración de santidad.        
El Pintito, dirimía esas habladurías con una mueca súbita como de hígado de bacalao, mostrando su lengua reumática como niño travieso.