martes, 13 de febrero de 2018

En el ropero


Me acabo de enterar que escondida en el ropero se encontraba el testimonio de su eco, de su espacio, de sus raíces; ahí se siente tranquila y canta, trepida entre abrigos y bufandas. En mitad de la noche la busco con los ojos abiertos. No pestañeo. Trago saliva enamorado. Con los ávidos dedos froto el vestido azul en mi cara. Me crecen los labios entre los ganchos de ropa y ese fino olor a encierro de la seda. Dibujo el signo prohibido de su nombre y siento que respira entre el roble y la sequedad de los cuellos almidonados. Habito este reducido espacio que no se acaba nunca. Entre brasas se mete en mi nariz la polilla, me hace toser. Me aferro a una bufanda, la enredo a mi cuello, aprieto y me deslizo. Doy vueltas buscando completar el ritual del apareo. Caigo inmóvil en la quimera, en el callejón de mi frente.
Nunca entenderá lo que me gusta este ropero.